12.05.2012

Aviones de caleya

Aún se molestan con las pepitas de una mandarina
y yo echándolas de menos.
Al igual que a las ranas y tritones de este arroyo,
frontera de mi mundo de 9 años,
que malfluye ahora amordazado.
Ni rastro de Pili, ni de su granja,
ni de sus huevos de yema naranja,
ni de esos tragos de leche recién ordeñada que me hacían vomitar.
Claro que tampoco hay lechera de aluminio que llenar
ni abuela para pedir un duro y tirarle del mandil.
Los hórreos, balagares y el horno de pan,
las huertas y los talleres de la renfe
dejaron paso a unos bloques 
entre los que finjo buscar piso de alquiler,
mientras se suicidan los anuncios de inmobiliarias
que invadieron lo que un día fue mi barrio.
Por supuesto yo tampoco soy quien era
aunque mangue gominolas a puñaos, 
tire petardos
y me cuele en azoteas a fumar un rato.
Si lo pienso de aquel tiempo nada queda;
solo el largo vuelo de este avión de papel
hecho como enseñaba güelito.
Miro como planea igual que siempre
pese a que ya ni el aire sea lo mismo.